
Miércoles 6 de febrero de 2008.
Por Carlos René Ibacache (COLUMNISTA).
“No saber qué ocurrió antes que nosotros -escribió Cicerón- es permanecer siempre niños”. En un espacio breve es difícil transformar una crónica en un ensayo, como podría ser mi aspiración. No es eso posible, pero de todos modos quiero entregar en esta nota, las versiones que sobre el tema que insinúa su título, tienen los historiadores chilenos. Por lo tanto, procedí a consultarlos para saber qué ocurrió en verdad con este personaje y esta “pacificación”, mil veces condenada. En verdad, leyéndolos, tanto a ellos, como a los ensayistas que han abordado temáticas relacionadas con nuestros pueblos originarios, es inevitable pensar que los problemas actuales que ellos generaron, tienen sus raíces en los comportamientos de nuestros conquistadores españoles y colonizadores chilenos.
En el resumen de los 20 tomos, que el historiador Leopoldo Castedo, hace de la “Historia de Chile”, escrita por don Francisco Antonio Encina (pág. 1.284, 2º Tomo, 1ª Edición, Editorial Zigzag, Santiago, 1954), leemos “El problema de la Araucanía”. Textualmente su primer párrafo, dice: “Durante la administración del Presidente José Joaquín Pérez (1861-1871), se iniciaron con positivos resultados los primeros pasos definitivos en el crónico problema de la pacificación de la Araucanía”.
A continuación sintetizo el largo párrafo, cargando mi acento en los siguientes hechos: la literatura lógicamente apasionada de la etapa emancipadora, había erigido en símbolos del heroísmo nacional a los mapuches.
No importaba que hubieran luchado al mando del rey, debilitando el propio pueblo chileno en su guerra civil de liberación. La primera iniciativa de pacificación, había partido del general Bulnes. El Gobierno de Prieto vaciló en acometerlo. El país estaba extenuado y el entusiasmo por los araucanos era aún demasiado vivo.
Posteriormente don Antonio Varas había propuesto, no la sustitución del mapuche por el chileno civilizado, sino poner su civilización en contacto con elementos suyos de alta y sólida cultura, propósito fracasado las diez o doce veces que lealmente se ensayó durante la colonia. Aquí entra a tallar el coronel Cornelio Saavedra Rodríguez, calificado por don Manuel Montt, antecesor inmediato de Pérez, como “un hombre entendido, pundonoroso, sagaz y activo.
Él somete a la consideración del Presidente Pérez, el plan de pacificación, destinado a incorporar a la Araucanía a la vida civilizada, después de tres siglos de estéril y despiadada lucha.
El Gobierno se decidió a abordar el plan de Saavedra en la primavera de 1862. El 17 de enero de 1863, se firmó el acta de término del conflicto.
En el momento de retirarse Saavedra, definitivamente se habían incorporado a la vida nacional 1.160.000 hectáreas de terreno y fundado 23 pueblos y fuertes, entre ellos Mulchén, Negrete, Angol, Collipulli, Lebu, Cañete y Toltén. Si bien estos halagüeños resultados se conseguían en la costa, en la Alta Frontera ardía una guerra sin cuartel, “iniciada con un gran desastre chileno”, señala el historiador.
Tan graves fueron los caracteres que el conflicto en este sector alcanzó, que el Gobierno decidió llamar de nuevo a Cornelio Saavedra, quien en escasos días logró entenderse con las tribus mapuches ya fatigadas, restableciéndose la paz a comienzos de 1871.
En términos también muy generosos, se expresan en el capítulo “Ocupación de Arauco”, los historiadores Sergio Villalobos, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estellé, en una edición de cuatro tomos de la “Historia de Chile” (pág. 594) que en conjunto editaron en 1974, con el sello de Editorial Universitaria.
Nuestro historiador Walterio Millar, en su “Historia Ilustrada de Chile” (edición 2004, pág. 258), señala que Cornelio Saavedra contribuyó en forma patriótica a la pacificación y civilización de la Araucanía.
Son históricos sus parlamentos con los caciques araucanos -dice- para poner término a la guerra “con los soldados de la República”. Hemos leído y escuchado juicios terribles contra Cornelio Saavedra, cada vez que nos referimos a la “pacificación” ¿A quién creerle?.
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