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sábado, mayo 30, 2009

Mujeres aymaras florecen en el desierto


La historia de las indígenas del Valle de Azapa premiadas en el Davos Femenino

Martes 26 de mayo de 2009
Por Nancy Arancibia / La Nación

Foto: Humberto Llerena, Victoria Pérez, Benigna Yucra, Luz Condori y Pierina Carvajal. En medio de un módulo de la especie Wax Flower.

Cambiaron sus ancestrales plantaciones de lechugas, tomates y choclos por flores traídas desde Israel. La decisión no fue fácil, como tampoco lograr que éstas sobrevivieran en el desierto más árido del mundo. Hoy no sólo son un grupo rentable y sustentable, sino que quieren salir al exterior.

Como la mayoría de las 2 mil familias aymaras del Valle de Azapa, Benigna Yucra vivía del cultivo de hortalizas. Todo cambió, sin embargo, en el año 2002, cuando las verduras que producían comenzaron a llegar a menor precio desde Perú, lo que puso en serio riesgo su medio de subsistencia.

Junto a su comunidad se vio obligada a buscar nuevas alternativas de negocio. La primera opción fue plantar claveles, una posibilidad que les gustó, aunque querían algo especial que les asegurara la subsistencia durante todo el año. Bajo esa mirada se reunieron 25 pequeños productores para investigar cómo y con qué especies de flores podrían lograr condiciones privilegiadas para producir en medio del desierto.

Investigaron por su cuenta, hicieron proyectos que no calificaron hasta que la Fundación para la Innovación Agraria (FIA), del Ministerio de Agricultura, y las universidades de Tarapacá y Católica de Valparaíso conocieron sus estudios y los apoyaron.

Partieron por invitarlos a una gira técnica de reconocimiento en Quillota (el lugar donde más flores se producen en Chile), para luego ir a Ecuador y Bolivia, donde pudieron ver en terreno formas de cultivo, centros de investigación y mercados de flores. Pero no fue hasta 2005, cuando se inició el proyecto -aprobado por la FIA- que determinaría la mejor estrategia productiva para incorporar la floricultura en la Región de Arica y Parinacota.

El resultado fue la selección de cinco especies: Gypsophila, Lisianthus y Bouvardias, más dos plantas de cultivo al aire libre (Limonium y Wax Flower), todas por sus posibilidades de adaptación a las condiciones del valle y por su potencial de ingreso a mercados nacionales y extranjeros. Como todo negocio nuevo, el comienzo fue difícil. "Fue muy duro. Ellos (la FIA) financiaban sólo una parte (el 72%) y cada uno de nosotros debimos pagar una cuota y dar tres días de trabajo semanales en los 4 mil metros de la prueba", recuerda Benigna, promotora de la iniciativa y hoy coordinadora la mipyme que la semana pasada ganó -entre proyectos de todo el mundo- el premio al mejor emprendimiento en el Women’s Forum (Davos femenino), realizado en Chile.

Poder femenino
Durante los tres años que duró el proyecto no recibieron ningún recurso por su trabajo y quizá por eso, explica Benigna, los hombres fueron abandonándolo.

De los 25 productores iniciales hoy quedan diez socios: 9 mujeres y un varón. Pero son ellas las que han mantenido a flote el negocio, dice. No se arrepienten. Con paciencia y tesón su trabajo ha dado los frutos esperados. Desde 2007 pasaron de ser un proyecto a una miniempresa que da sustento a sus hogares durante todo el año y que ahora se empeña en alcanzar su meta original: que sus flores adornen varios países del mundo.

Para ello, una de las claves es superar las dificultades de transporte y las vallas sanitarias para comprar "plantines" en Israel, lugar de donde provienen varias especies que cultivan y comercializan.

Benigna cuenta que dicho país tiene condiciones climáticas similares a las del Valle de Azapa, lo que les da a las plantas mejores perspectivas de adaptación y una productividad que les permite cortar tres veces por año, optimizar la cantidad por metro cuadrado y alcanzar mejores colores que en otras zonas del mundo por la luminosidad de la región.

Mientras eso ocurre, no se quejan. Hasta ahora no dan abasto para surtir la demanda interna. Mandan sus flores al norte y centro del país a la espera de tener los recursos para expandirse. La misma asociación indígena aymara Flor del Mañana que dio origen a este proyecto, creó una comercializadora que llamaron Flores de Azapa Ltda., a través de la cual venden la producción de todos.

"Son como hijos"
Benigna cuenta que paso a paso han aprendido de estas flores, cómo crecen mejor, en qué tierra y con qué cuidarlas. "Son como un hijo más. Todos los días hay que levantarse muy temprano, ver cómo están y ver qué les pasa".

Ahora tienen un proyecto para comprar una máquina pulverizadora electroestática para combatir las plagas que se dan en el valle. "Con eso elevaríamos aún más nuestra producción, aumentando el rendimiento y disminuyendo los costos. Estamos en un constante aprender y hacer nuestras las tecnologías que existen", dice Yucra, que hoy puede decir con orgullo que es una empresaria productora de flores. "Aporto a mi casa, para que mis hijas estudien, dos lo hacen en Santiago. Apostamos cada día a más. Como decían mis abuelos: empezar algo y terminarlo bien", sostiene.

LA FUERZA DE LA CULTURA QUE LOS ACOMPAÑA
Son dos mil familias aymará asentadas en el Valle de Azapa, en la XV Región de Arica y Parinacota, en el territorio comprendido entre el kilómetro 18 hasta el 45 de la carretera que une Arica con el pueblo de Livilcar. Todos llegaron desde pueblos precordilleranos como Putre, Tignamar o Belén. Una gran sequía los afectó en la década del 70, obligando a muchas familias a desplazarse hasta el Valle de Azapa y de Yuta. Adaptaron sus tradicionales cultivos de alfalfa, orégano y ganadería de vacuno y cordero de consumo familiar a otras hortalizas y las comercializaron.

Las familias que forman parte de Flor del Mañana son propietarias. Benigna Yucra, por ejemplo, tiene siete hermanos, cada uno de los cuales heredó tres hectáreas de terreno. Su padre, al igual que la mayoría, formó cooperativas y Bienes Nacionales les entregó a cada uno su terreno con su título de dominio.

Su familia proviene del pueblo Tignamar, donde se crió. Desde niña se enfrentó con la dureza del clima, sobretodo del mal tiempo que llegaba desde Bolivia en el verano. Era pequeña y estudiaba en una modesta escuela hasta que un día “una bajada de río se llevó todo el pueblo. Pero la gente dijo: ¡No importa, al frente vamos a construir un nuevo pueblo!”. En ese entonces, con toda la precariedad del mundo, la gente empezó a trabajar en el “pueblo nuevo”, como hoy le llama la gente al lugar donde habitan.

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