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escrito por René Dintrans
miércoles, 06 de febrero de 2008
El chileno es el que es mapuche, o por lo menos, es un engendro producto de una invasión violenta a su territorio, invasión que implicó entre otras desgracias, una suerte de relaciones sexuales forzadas ejercidas por los invasores españoles que dispusieron de una gran cantidad de mujeres mapuche que desarraigaron a la fuerza de sus hogares para poseerlas, para que trabajaran en sus casas gratuitamente y para fundar numerosas familias cuyos descendientes llevan impreso por estos días en su cédula de identidad el apellido del encomendero que les dio origen.
De modo que la descendencia mestiza, al paso de los años comenzó a poblar las aldeas que llamaron ciudades. Todos mestizos, de capitán a paje, con algunas excepciones que eran las más altas autoridades que venían temporalmente comisionadas por la Corona española. Se podría decir que las madres de prácticamente todas las madres de los que hoy nos llamamos chilenos, eran indígenas, cuestión que comprueba análisis recientes de ADN mitocondrial tomadas a muestras representativas de la población. No es el caso entrar en precisiones sobre el componente mapuche y español que nos constituye a los chilenos, puesto que no existen datos históricos fidedignos. Se dice que los peninsulares eran algunos miles y que los mapuche eran algo más que un millón. Los que dominen las matemáticas que hagan las proyecciones y que consideren también que hubo una frontera. El caso es, para esta nota de opinión, establecer claramente que aquel que niega a los mapuche está negando a su madre, y a las madres de todas las madres que conformaron este pueblo que vive actualmente en este territorio definido por sus límites conocidos. Los mapuche que están replegados en la araucanía, ciertamente que constituían una nación mucho antes que llegara ese puñado de españoles y por cierto que eran nación mucho antes que se formara el estado de Chile. Ellos lo son actualmente y probablemente lo seguirán siendo por mucho tiempo más.
escrito por René Dintrans
miércoles, 06 de febrero de 2008
El chileno es el que es mapuche, o por lo menos, es un engendro producto de una invasión violenta a su territorio, invasión que implicó entre otras desgracias, una suerte de relaciones sexuales forzadas ejercidas por los invasores españoles que dispusieron de una gran cantidad de mujeres mapuche que desarraigaron a la fuerza de sus hogares para poseerlas, para que trabajaran en sus casas gratuitamente y para fundar numerosas familias cuyos descendientes llevan impreso por estos días en su cédula de identidad el apellido del encomendero que les dio origen.
De modo que la descendencia mestiza, al paso de los años comenzó a poblar las aldeas que llamaron ciudades. Todos mestizos, de capitán a paje, con algunas excepciones que eran las más altas autoridades que venían temporalmente comisionadas por la Corona española. Se podría decir que las madres de prácticamente todas las madres de los que hoy nos llamamos chilenos, eran indígenas, cuestión que comprueba análisis recientes de ADN mitocondrial tomadas a muestras representativas de la población. No es el caso entrar en precisiones sobre el componente mapuche y español que nos constituye a los chilenos, puesto que no existen datos históricos fidedignos. Se dice que los peninsulares eran algunos miles y que los mapuche eran algo más que un millón. Los que dominen las matemáticas que hagan las proyecciones y que consideren también que hubo una frontera. El caso es, para esta nota de opinión, establecer claramente que aquel que niega a los mapuche está negando a su madre, y a las madres de todas las madres que conformaron este pueblo que vive actualmente en este territorio definido por sus límites conocidos. Los mapuche que están replegados en la araucanía, ciertamente que constituían una nación mucho antes que llegara ese puñado de españoles y por cierto que eran nación mucho antes que se formara el estado de Chile. Ellos lo son actualmente y probablemente lo seguirán siendo por mucho tiempo más.
Considerando tiempos históricos, la lengua mapuche es infinitamente más permanente que la lengua castellana, y el pueblo mapuche tiene con mayor razón, mucho más presencia temporal que el pueblo chileno. Somos los chilenos entonces, a juzgar por el comportamiento político abusador desarrollado por el estado en contra los mapuche, un pueblo desarraigado que niega a sus ancestros indígenas y que paradójicamente pretende aniquilar a la etnia que le dio de mamar. Somos un pueblo que tiene su origen en una expansión económica entre otras expansiones aledañas, venida desde el centro económico mundial, impactando a los pueblos originarios con el asentamiento de colonias, que en nuestro caso, por la falta absoluta de mujeres españolas, devino rápidamente en un pueblo mestizo que encarnójustamente esa influencia que se dio en el plano de la enseñanza y la religión. La de un pueblo que nace para vivir aquello y que mal que mal, convive con la población mapuche que se mantuvo relativamente al margen y que nunca ha dado su brazo a torcer.
Fue la primera globalización propiamente tal, la que se asentó en nuestro continente. De este modo, lo que ocurre en relación con los mapuche, lo que constituye últimas novedades de esa larga relación que atraviesa toda la existencia de los chilenos, es naturalmente muy relevante y no puede ser denominado ramplonamente como lo hace el gobierno, “conflicto mapuche”. Lo que ha logrado Patricia Troncoso, una persona perteneciente por adopción al pueblo mapuche, no sólo es un vivo ejemplo para su etnia, sino que por sobretodo lo es para el joven pueblo chileno. Ella ha hecho el recorrido inverso. Ha encontrado sus raíces, las ha reconocido como propias y ha logrado refundirse mapuche. Ha sido encarcelada por luchar por su causa, es una prisionera política en consecuencia y ha logrado doblarle la mano al gobierno de turno para obtener beneficios penitenciarios que se conceden por cientos a reos comunes, poniendo en la balanza su propia vida para lograrlo.
La mezquindad política oficial, la achatada burocracia del poder, el racismo soterrado de nuestra sociedad, la influencia de la prensa oligarca que ve a un obstáculo para sus negocios la reacción mapuche, son los factores que hacen posible que se condene y maltrate por ser rebelde, por ser desobediente, por ser virtuoso, por poseer ese escaso don, sin el cual la humanidad jamás progresaría. Para enfrentar un mundo globalizado que comienza a impactar en el nuestro, para enfrentar la fragilidad de un territorio que en términos relativos está técnicamente despoblado, para enfrentar nuevos “colonizadores” que persiguen ganancias y no el crecimiento y desarrollo humano; el sistema de vida de nuestros ancestros mapuche parece ser una respuesta; sólo se necesita de un territorio protegido por una ley fundamental, en donde se pueda vivir y trabajar voluntariamente en tierras comunitarias, lejanos de la codicia y la depredación que se desarrolla propiciamente con el imperio sin contrapeso de la propiedad privada que exacerba el lado más ruin del ser humano.
La cosmovisión mapuche está en armonía con la naturaleza en donde el hombre convive poéticamente con ríos, avecillas, vegetación, lluvia, desierto, lagos cordillera y volcanes. No son propietarios de nada, pero lo tienen todo, tienen una fuerza interior muy poderosa que aún los mantiene vigentes en el tiempo. Son un pueblo que posee un misterioso poder seductor, no sólo para Patricia, sino que para todos los chilenos que se decidieran a encontrar la felicidad en sus raíces.
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